LA MANZANA DE EVA
Hace mucho tiempo atrás, hubo una mujer que fue desdoblando su fineza hacia un volcán que buscaba a cualquier precio depurar en el fondo de su alma, como a todas las de su especie se les había entregado una larga lista de prohibiciones, una de ellas estaba subrayada y en mayúscula pero era todo lo que Eva deseaba. Ella no era la típica mujer sumisa, y si ella pasara una noche o un día, como una de las mujeres de hoy, tal vez ella asombrada se preguntaría: ¿dónde ha quedado mis intentos por ponerme en medio de un tonel de vino y lejos de una rosa blanca que me evite recordar el dolor de una lágrima?
En aquel lugar había fragmentos de aire que olían a la manzana que colgaba del árbol en el cual se observaba a la serpiente que escapaba tallo abajo por la cloaca del tiempo, mientras la semilla del agua cruzaba el río lento de la desesperación de Eva.
Eva fue algo especial, de niña le gusto correr entre los charcos y bañarse en una alberca desnuda con su mirada en un horizonte que ya empezaba a tentar el viejo árbol de manzanas. Comía muchas frutas, mas todavía no le era permitido socialmente comer manzanas, ni en jugo, ni mucho menos que las tomará directamente del árbol, está era la mayor de las prohibiciones.
Un poco mayor, se pasaba toda la tarde mirando el viejo manzano y en especial le encantaba una manzana que colgaba de un gajo grueso y lleno de hojas verdes. A Eva le causaba curiosidad el árbol, pero no decidía si tomar la manzana o dejarla en el gajo. Quizás tuvo que esperar mucho tiempo para hacerlo, primero porque es necesario saber digerir los alimentos y segundo porque no se deben comer antes de tiempo, hay que dejarlos madurar y más cuando se trata de frutos prohibidos.
Un día de niebla espesa y paisaje sorbido, sobre una piedra estaba Eva meditando, preguntándose si ¿no se le habría pasado el tiempo de comerla? O ¿si de pronto cuando intentara impulsar su mano, no tuviera la suficiente fuerza para llevársela a la boca? Y si lograra llevársela a la boca, ¿sus dientes tendrían el suficiente filo para devorarla? O ¿si su lengua obtendría ese agridulce que dan las cosas que en esta vida son prohibidas? …cuanto tiempo había perdido, mientras sus lágrimas caían al suelo dejándole solo una zarza de espinas en el pecho.
El árbol seguía ahí cada día mas verde, Eva cuando pensaba en él, decoraba su larga trenza con flores moradas que se daban en las riberas del Edén. Eva esencialmente mujer tenía encanto, dulzura y un constante fuego que le ardía desde muy niña en el vientre. Eva totalmente incomprendida, sabía encaramarse en una cima donde se alimenta el alma con un perfume y un sabor a manzana
Eva fielmente invocaba una pasión que solo ella entendía y sólo en sus labios estaba el bonito sí, que dan las mujeres cuando gajos y frutos alguien les ofrece.
Eva ya mejor se bañó en la alberca con las mejores esencias que pudo arrebatarle a las flores, desprovista de ropa, de miedos, de vergüenza miró en forma penetrante el gajo que sostenía a la manzana, se abalanzó para hacerlo suyo y lo tomó. Es cierto que dicha herencia ofrecida desde aquel tiempo por Eva, hoy a las mujeres les agita el alma y les abre el buen habito de comer, de obtener, de conseguir todo lo que desean y más si es prohibido.
El aire se hizo afable en el trayecto que trazó la figura imponente de Eva y ya con la manzana en los labios sintió una dulce desesperación que solo fue desvaneciéndose a medida que la manzana se fue acabando y ciertamente se la comió toda, no quedo ni rastro, sólo el gajo vacío cuenta que estuvo ahí.
Eva con las manos cubriendo sus pechos, alzo su linda cara y en ella una fresca ironía contaba que su vida no había sido en vano porque supo consumar el más dulce de los pecados.
Autora: Mayerly Ruiz Sotelo. (08300792012)